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Altruismo en Navidad


El altruismo, por su peculiar modalidad estructural, siempre resulta de lo más significativo (para "bien" o para "mal"). Además de ser uno de los conceptos más complejos debido a la cantidad de remitencias externas a sí misma (ética, política, metafísica, biología, genética, moral, sociología y economía, entre otros), es, como mínimo, una modalidad de ser que se efectiviza estrictamente en la actitud fáctica de la "personalitas moralis". Fuera del acto el altruismo cobra y muta en una abstracción tremendamente contradictoria, llena de flancos que atacar y defender. El acto siempre es ingenuo, ya sea por determinaciones propias del que actúa como por las impropias, es decir, de las ajenas a sí mismo  (en el acto por sí hallamos toda posible justificación del concepto, pero en el concepto no hallamos más que contradicciones). Pero el concepto nunca es ingenuo. El concepto remite instantaneamente a una instancia y a un espacio de pura especulación en la que la duda es la propensión propia de aquel que especula, pues quien conceptualiza, quien piensa, no actúa, y cuando no se actúa, se pone en suspensión, en un modo de presuposición no definitiva, aquello de lo que se reflexiona o duda. En ese espacio o remisión se encuentran todos los principios de la moral, como conceptos. Desde el concepto y solo desde él podemos acercarnos a las auténticas causas subyacentes del altruismo (lejos de naturalizarlo buscando una especie de impulso biológico que lo explique estérilmente).


Todo acto altruista es un acto ingenuo precisamente porque en el acto mismo y en él mismo no hay lugar para la negatividad, para dudas; quiero decir que el acto no es reflexivo sino un reflejo de algo sedimentado precedentemente por un pasado lleno de imposiciones e impresiones ajenas. El acto es un acto puramente positivo, aunque pudiera tener consecuencias negativas. El acto actúa desde el individuo, y de ese acto no se pueden encontrar causas científicas, solo morales. No hay ciencia que pueda detectar más allá de los meros estímulos y correspondientes cogniciones (puramente neurofisiológicas) la verdadera causa de la actuación del individuo. Su acto es suyo, y solo suyo, lo único que no le pertenece de ninguna forma son las respuestas (también en forma de actos) de los demás, la respuesta del "otro". El "otro", movido por sus causas subyacentes y propias determinará moral o inmoralmente al actor del acto, de modo que consecuentemente todo se reduce a coacción y producción transformativa (desde los actos). Ambos son actos que anhelan la transformación. Uno quiere transformar, para su beneficio, lo que no es "yo", y, arriesga a ser transformado también por el "otro", como si de un contrato tácito se tratara; y el otro, ansía transformar al "yo" que no es él mismo. El "yo" es una instancia central y absolutamente absoluta y el "otro" es un espacio indeterminado, la abstracción de todo lo que no es "yo", el otro puede ser otro "yo" o, muchos "yoes" arbitraria o socialmente constituidos. Lo arbitrario sería la no intersubjetividad, la no sociedad, la masa. Lo socialmente constituido es la solidificación compuesta lógicamente (por la lógica de la conducta y la convivencia) de yoes que comparten un algo común (aunque sea la misma estructura mínima y universal del "yo"). Hasta aquí una corta exposición de los mecanismos conceptuales de funcionamiento de lo socialmente constituido.

¿Qué ocurre con el altruismo?

Tenemos aquí un concepto de por sí muy complejo en una compleja relación con la situación actual. En esta nuestra situación actual convergen espaciotemporalmente una serie de condiciones no ignorables de los que debemos partir y remitirnos si queremos que esta pequeña reflexión sonsaque algo merecedor de ser expuesto. Dichas condiciones son, principalmente, las siguientes:

Por un lado la fuerte presencia omnipotente del super capital, que es una amorfidad indeterminada originadora de problemas que son ocultados con una facilidad increible. Luego, el fenómeno del ritual como aquella actividad o acto ancestral y primigeniamente inseparables del macrofenómeno mediático y cultural que llamamos "Navidad". Y, para terminar, la naturaleza de la voluntad del individuo para con sus determinaciones, que son los actos productores de transformación.

Dado que estamos en un espacio reflexivo, especulativo y conceptual no hallaremos ninguna justificación racional ni justa del acto altruista si no es apuntando a un enfoque puramente pragmático (que es el único enfoque desde el cual se puede justificar el altruismo). Con justificar me remito a la justicia como una relación de elementos compuestos equitativamente en una armonía que implica el equilibrio entre el todo y las partes, y viceversa. Y cuando digo que sólo en el acto en tanto que praxis hallamos la auténtica justificación de lo moral me refiero íntegramente a que sólamente en el acto puro como tal se da la condición mínima de posibilidad de la moral. Fuera del acto nos topamos con las contradicciones propias de la especulación. El acto, de por sí, o es moral o no es acto, pues todo acto es moral. Cuando no lo es nos encontramos ante un ejemplo de un animal o un dios. Sólo el animal o un Dios pueden actuar sin tener que soportar después las amonestaciones "del otro". Todo ser humano estará encaminado a cierta moralidad, aunque sea la de la amoralidad, que es cierta moralidad. La amoralidad es la ausencia de moral, que significa ausencia de raíces, principios y orígenes desde los cuales confeccionar una identidad políticamente válida (para la intersubjetividad socialmente compuesta). La amoralidad, pero, es la moralidad que acepta tácitamente el honorable peligro de que pueda haber una respuesta igualmente amoral por parte de otros. El problema de la moralidad y la amoralidad, precisamente, es que en ambas (porque ambas son morales en tanto que conductas humanas) existe la peligrosidad de la respuesta negativa, la respuesta encaminadora o castigadora. De ahí la imposibilidad de estar más allá de lo moral ya que incluso en la amoralidad como la suspensión moral de la moralidad se halla, curiosamente, una conducta. Toda conducta es un acto enfocado a la transformación, y la transformación es cierta producción. Es por eso que lo moral es transformativo, creativo, porque es acto, conductualmente.

Los mecanismos tradicionales de la amonestación o imposición de la moral conductual intersubjetiva siempre se han caracterizado por contener en sí y desde sí una cierta aura místico-ritual, no necesariamente religiosa, pero sí espiritual (porque todo lo que emana de la razón en el hombre es necesariamente espiritual). El ritual siempre ha sido una institución de la fe, una burocracia del acto y de la performatividad en lo social. El ritual también ha sido la forma explícita del compromiso intersubjetivo. El ritual es también un espacio privado que en su seno, en su interior, es público. Hay cierta intimidad o identidad a través de la cual los integrantes de la constitución pública se conforman como un cuerpo único. El mecanismo homogeneizador está ya siempre activo.

Creer que estas dinámicas han sido superadas en la era actual es la estupidez más grande y más natural en la que se podría incurrir. Por eso es lo más común también. El fenómeno de la navidad se ha transformado desde sus raíces paganas y ritualísticas hasta convertirse en una frívola manifestación de algo arcano desprovisto de su esencialidad originaria. En esta frivolidad vemos cierta superficialidad normativamente impuesta como dogma: "La navidad es esto". Pero bajo la superficie pretendida se encuentra la auténtica apariencia y su dialéctica interna de funcionamiento.  La navidad sigue siendo un residuo de algo que antaño era un ritual, y como ritual es un algo político, un acto, una conducta y una entidad intersubjetiva que conforma productivamente una identidad a través de la cual los individuos se encuentran a sí mismos reflejados en ello. Según la naturaleza frívola del acto de la navidad, de su aura ritual, será más o menos frívola la relación de los individuos consigo mismos y con el ritual. Aquellos individuos interiormente profundos no encontrarán en la frivolidad un sustento de su identidad y tendrán una actitud reticente a la aceptación de ese mecanismo superficial. Ya no hay pueblo, ya no hay ciudadanos, ya no hay individuos, ni tampoco seres humanos, ahora, solo hay masas y plebe, y éstas necesitan lo frívolo para relacionarse consigo mismos.

La navidad es, por eso mismo, la degeneración a lo frívolo desde una esencia originariamente artística, política y performativa. Pero no deja de ser, en su forma transfigurada, o más bien desfigurada, una manifestación explícita de la indeterminación política a la que nos empuja la dialéctica geopolítica. No nos hacemos individuos políticos en la navidad, ni individuos productores, ni individuos desde el ritual, tampoco somos soberanos de nuestra propia relación con el ente político como estado, porque ya no hay estado como compuesto intersubjetivo de ciudadanos libres, sino un estado como abstracción burocrática dimensionalmente paralela y vacía para nosotros, un monstruo abstracto que es la substitución del Dios judío que antaño aterrorizaba a los niños cristianos, como queriendo que no se masturben. La masturbación es una viva metáfora (viva literalmente) de la esencialidad originariamente creativa del hombre. El ser humano necesita relacionarse con el ente social sintiéndose identificado con ello, estableciendo marcos comunes de significación y de sentido. Pero cuando la política o el "ens socialis" ya no existe más que como superficialidad frívolamente presentada convierte a los individuos en plebe y en masa, en esclavos. Pero esos esclavos siguen siendo individuos con necesidades políticas, necesidades creativas y necesidades de performatividad ritual. De ahí que los mecanismos del super capital impongan estos fenómenos descualificados desde su esencialidad originaria (la navidad por ejemplo) como formas incompletas de realización de los individuos.

Aquí viene lo más difícil. Agradezco la paciencia de aquellos que han llegado hasta aquí leyendo.

Como hemos ido diciendo hasta ahora, la navidad es un fenómeno que igual que el estado se representa a sí mismo en una forma desdobladamente descualificada en su esencialidad originaria. Cuando el individuo no tiene un canal de unión consigo mismo más allá de la mera relación con lo frívolo es lógico pensar que el altruismo que se impone como, valga la redundancia, otro mecanismo interno del sistema, haga que el individuo se vea embrutecido incluso en el altruismo.

El altruismo es igual de ancestral que el hombre, lo acompaña desde que tiene conciencia de sí. Y es uno de los responsables de nuestra evolución como humanidad. El altruismo siempre se ha manifestado de diversos modos desde su propia esencialidad según los momentos históricos de su ser. No es lo mismo la coherencia del altruismo de las primeras agrupaciones humanas, donde todo se identificaba con todo, que el altruismo actual, donde nadie se identifica con nada. En aquellas primeras formas humanas de organización social y política todo estaba ensamblado en una armónica relación donde las partes respondían al todo, y el todo respondía a las partes. De este modo no era difícil ser altruista cuando la base social de esas agrupaciones se fundamentaba, precisamente, en el altruismo como afección, como compasión. Pero como he dicho antes el altruismo se puede dar de otros modos muy distintos. En el contexto actual, donde la dialéctica geopolítica es un generador de masas más que de individuos es difícil conceptualizar el altruismo desde un marco de auténtica bondad o "desinterés".  Dado que todo es interés tampoco sería posible hablar del concepto altruismo eludiendo el interés inerhente a los impulsos vitales del hombre.

Hemos de hablar, desgraciadamente, del altruismo y su concepto como un fenómeno más de toda la pantomima general de superficialidades vacías de contenido auténtico. El altruismo que se intensifica durante el período de la Navidad se caracteriza por ser de carácter igualmente descualificado y des-esencializado, por lo que no hay auténtico altruismo sino una especie de representación desdoblada de algo superficialmente semejante a un "altruismo". En esto juegan un papel fundamental las Organizaciones no gubernamentales (ONGs). ¿Qué significa cuando en un marco político y social existen ONGs? Significa que ni el estado es lo que debería ser, ni el pueblo o ciudadanía es lo que podría ser, ni los individuos son ya partes de un todo, porque ya no hay ni todo. El altruismo es una práctica que ha estado embrutecida a lo largo de los siglos por el cristianismo, que lo convirtió en una forma más de esclavitud descendente (el que es altruista con el "otro" lo vuelve inferior a sí politicoeconómicamente hablando, y, religiosamente hablando), propia de la moral reactiva (aquella caracterizada por la reacción más que en la ingenuidad de la acción). Hoy ha alcanzado a ser instrumentalizado, como un fenómeno más de entre todos. El consumo es la consigna básica de la navidad creen muchos, pero yo diría que más bien la consigna sería un "debes amar a los que están a tu alrededor, y demostrarlo con altruismo". El consumo es presente siempre en la dialéctica del super capital, es un elemento fundamental, casi una especie de aceite que engrasa los engranajes del sistema económico mundial. El consumo es hasta tal punto un elemento omnipresente que resulta una redundancia menor el que se intensifique su representación mediática en la navidad. Como todo ritual, por muy frívolo y superficial que sea, representa los valores del mundo de significación de su contexto. En este sentido el papel básico y lógico de la navidad es representar platónicamente aquellos ideales, aquellas imágenes y valores propios del capitalismo. En la navidad se intensifica la difusión de los modelos del consumo, con la consecuencia del aumento del consumo. Este elemento se intensifica con tal poder que hasta las personas se presentan por fin como lo que son en el capitalismo: objetos y elementos más dentro del gran mecanismo. Las personas puden ser consumidas, pero tienen la peculiaridad de que pueden consumir, y por ello las personas pueden consumirse mutuamente, las unas a las otras. Lo paradógico de esto no es que se consuman negativamente, sino que se logren consumir positivamente, recualificando esa positividad como un algo negativo que va más allá de toda negatividad hasta ahora concebida. Las personas consumen a otras personas a través del altruismo presentado desfiguradamente por la navidad, que es el ritual propio de nuestro mundo económico, político y afectivo.

El consumo es la obtención de objetos, de instrumentos de uso. La obtención se hace a través del dinero. El consumo, por tanto, es la obtención de objetos de uso por dinero, es por tanto también un escape de la frustración de los esclavos porque creen que la propiedad privada los hace libres. El esclavo se cree menos esclavo porque puede consumir más, pero no se da cuenta de que el consumo  es lo que lo esclaviza, no se da cuenta de que consumiendo se consume a sí mismo, se embrutece. De este modo tenemos otra forma dialéctica en la que los mecanismos del sistema se hacen patentes como métodos de esclavización. El que los unos  consuman a los otros y que, simultáneamente se consuman a sí mismos es un problema grave de inconciencia política y de falta de dignidad general. En este contexto el altruismo se vuelve como antaño lo fue para el cristianismo, un arma más para la capitalización de los individuos, para la objetivización de vidas y para el embrutecimiento a través del consumo de aquello que no existe esencialmente con ese fin (el hombre). 

Hagamos un resumen de lo dicho hasta ahora. Por un lado tenemos el contexto virtual de la geopolítica mundial y su sistema económico fundamentalmente esclavizador, y, por otro, tenemos una masa informe en la que accidentalmente emergen individuos pensantes, críticos e insatisfechos profundamente. Luego, existen fenómenos dialécticamente explicables en relación a ese contexto virtual que serían la navidad, el estado, el consumo y el altruismo, entre otros muchos que no son necesarios de mencionar aquí. Se les impone a estas formas y modos de ser propias del ser humano un modo alterno y antinatural de ser. El estado se convierte en una generalidad vacía que no abraza a nadie ni es abrazado correspondientemente por nadie que quiera identificarse con él, todo esto bajo el ensamblaje de un mecanismo económico con el motor dialéctico del consumo de las masas, unas masas inconscientes que solo se identifican con la frivolidad. Luego tenemos también una navidad como el ritual geopolítico por excelencia donde todos los principios mecánicos del funcionamiento interno del sistema son intensificados bajo superficialidades vacías de sus esencias originariamente dables. Dentro de esos principios mecánicos desprovistos de su vida interior tenemos el altruismo, que primigéniamente era una forma humana de intersubjetividad (de constitución social, de organización política en el noble sentido de la palabra). Para terminar, mencioné el consumo como algo embrutecedor del ser humano tanto en sus relaciones intersubjetivas o mutuas como en su relación autoreferente, es decir, el individuo que es consumidor nato e inconsciente se consume a sí mismo e indirectamente consume a sus congéneres.

Volviendo por fin al concepto del altruismo podemos aseverar que no existe, generalmente, en nuestras sociedades degeneradas, su forma pura y originaria de ser porque tampoco existen las condiciones de posibilidad de esa inocencia e ingenuidad propias del acto ingenuo y naturalmente compasivo. El altruismo es una forma de enajenación más que tiene su máxima expresión en el "voluntariado" y la "caridad". El cristianismo degeneró y se convirtió en "humanismo". En este marco el altruismo se convierte en la expresión de la resolución de la culpa ante la demostración fáctica de que efectivamente somos todos individualistas, interesados y egoistas. El consumismo y el nihilismo de nuestro mundo (el primer mundo, evidentemente) han implantado en nuestro ser la indiferencia más gélida ante nuestros congéneres, aniquilando toda posible reconciliación, en el presente, con lo humano propio (pues soy de los que creen que sigue habiendo algo humanamente propio). Y es precisamente esa indiferencia absoluta en una intersubjetividad socialmente desprovista de su esencialidad originaria y superficialmente presentada como "comunidad", "pueblo" o "sociedad" la que hace cómico el ver a ciertos personajes, caricaturas andantes, repartiendo comida entre los pobres, dando limosna, donando la ropa (en un sistema económico con sobreproducción de ropa, de eso se deduce que ante tal sobreproducción uno se vea necesitado de donar la ropa para hacer sitio a la nueva) o haciendo de "voluntarios", una palabra que en nuestros tiempos hace más intenso el polo opuesto: la servidumbre.

Lo "voluntario" es una excepción, igual que el altruismo. Son excepciones que remiten al horror constantemente. Darle limosna a un negro tirado en la calle es remitirse a través del acto a una problemática social irresoluble (al menos irresoluble en el enfoque actual, a corto y a largo plazo). De ahí que resulte paradójico el sentimiento de "justicia" en los actos frívolos del "voluntariado" o "altruismo". Pero el núcleo de la paradoja, despúes de todo lo que he intentado exponer, se halla en que la función socioeconómica del estado recaiga trágicamente en los individuos, en los consumidores y ciudadanos soberanos del voto. Aquél que es votado no tiene los recursos para nada más que para vomitar discursos inútiles que entran en el juego superficial de la "política" actual, que más que política es la despolítica o la inpolítica. El voto es también, en este sentido, una excepción que remite instantáneamente a una farsa. El juego de la farsa subyace a todo el mecanismo superficialmente establecido del neocapitalismo actual.

Cuando el estado no es capaz de garantizar la no necesidad del innecesario deber altruista se nos da una problemática profundamente trascendental a nivel no solo político o económico, sino a nivel de cosmovisión. Este hecho refleja nada más que la profunda patología contemporanea patente sobretodo en la cosmovisión, es decir, en los mundos linguísticamente confeccionados. Mi papel aquí es el trastocamiento de esos mundos. Romper el velo y dejar al descubierto las secretas intenciones de la mediáticamente impuesta navidad y la falsa virtud virtualmente presentada del "altruismo".

La transgresión es el arma linguística que he elegido para desrruir (más que deconstruir) filosóficamente aquello que es presentado bajo el disfraz del "humanismo" y la "virtud" compasiva. Debajo de todo eso se esconde el horror y la paradoja existencial.

Gracias por leer.


Escrito por: Artem “Archie” Badassian


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