Debie era una rubia espigada de acuosos ojos. Debie tenía una voz nasal y estridente a la que costaba acostumbrarse, pero una vez hecho, era música. Debie era la chica más triste que conocí.
Amaba los días oscuros de tormenta, y cada mañana, cuando la niebla cubría la ciudad, Debie, con esos ojos helados, bebía de la etérea bruma.
Ella deseaba ser humo, ser vapor o agua, y se pintaba los ojos de angustia vacía.
Cuando lloraba –y lo hacía con regularidad–, se podía ver la infinitud del dolor de su alma, pues su llanto era silencioso… y una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Se marchó un día, sin besarme siquiera. Cogió su mochila, se puso aquel viejo vestido de flores y se largó. No la he vuelto a ver, pero las noches lluviosas, la imagino, compartiendo el mismo cielo que yo.
Amaba los días oscuros de tormenta, y cada mañana, cuando la niebla cubría la ciudad, Debie, con esos ojos helados, bebía de la etérea bruma.
Ella deseaba ser humo, ser vapor o agua, y se pintaba los ojos de angustia vacía.
Cuando lloraba –y lo hacía con regularidad–, se podía ver la infinitud del dolor de su alma, pues su llanto era silencioso… y una sonrisa se dibujaba en sus labios.
Se marchó un día, sin besarme siquiera. Cogió su mochila, se puso aquel viejo vestido de flores y se largó. No la he vuelto a ver, pero las noches lluviosas, la imagino, compartiendo el mismo cielo que yo.
Escrito por: Erniel
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