Cada uno de nosotros, al menos una vez, hemos sentido arder el fuego que solo el amor sabe encender, ese que se expande en cada pensamiento, suspiro, en cada anhelo e, incluso, en cada parte del cuerpo. De la misma manera, todo aquel que tenga la dicha de experimentar el amor más de una vez, sabrá que este es más que solo una vertiente filosófica, sabrá que es una realidad absoluta, que no son sólo palabras en el vacío, sino que, es un sentimiento indefinible e inevitable capaz de darle un vuelco radical a cualquier percepción y estilo de vida. Sabrá también que existe en formas casi infinitas, y cuya manifestación genera en cada individuo justamente eso, una sensación de vivir en su propio universo infinito.
Existe el amor reciproco, ese que se observa en las calles, en una cafetería, en un cine, y en cualquier espacio del mundo, en el que las personas parecen desentenderse completamente de la realidad externa, de todos los problemas, y limitarse sencillamente a entregarse uno al otro con besos y caricias inmensurables, ese que involuntariamente, ocasiona una sonrisa que jamás se borra del rostro, porque quién vive este amor, desde lo más hondo de su interior, agradece a la vida al ser amado por quién ama y, por amar a quién lo ama. Quienes se enrumban en este amor, a menos en cuanto existe, experimentan la felicidad en su más puro estado, y cuando este, por motivos desconocidos a la lógica y al corazón, desaparece, se ven inmersos también en un profundo pesar.
Luego existe el amor no correspondido (a partir de aquí, la historia se torna un tanto cruel), ese que no se ve en las calles ni en ningún lugar del mundo, que no puede ser percibido, ya que las personas no están juntas, porque aunque una de ellas entrega cada latido de su existencia, la otra simplemente no siente lo mismo, porque pese a que una no hace otra cosa que pensar cuán maravilloso sería estar juntos, la otra sencillamente no piensa de la misma manera. Es allí donde se gesta la antítesis de la felicidad, donde la persona cuyo sentimiento no es correspondido, se embarga en el más puro estado de la tristeza; dejándose a merced de que el amor la encuentre alguna vez, porque el trauma de no ser correspondido ocasiona no querer amar más, pero como dije, el amor es inevitable, y en algún momento volverá a tocar la puerta de esta persona, y esta vez quizás, si será en forma reciproca.
Finalmente, existe el amor en silencio, ese que aunque existe no existe, el que por falta de motivación, por temor u orgullo jamás se declara. Las dos personas se aman inmensamente, como si estuviesen juntas, solo que no lo divulgan, no lo expresan, solo lo sienten, lo piensan pero no lo practican; se observan a cada rato, solo que cuando una esta desprevenida, a veces sus miradas coinciden, pero el orgullo les hace separarlas otra vez. Esta persona sufre aún más que el no correspondido, ya que este último al menos sabe que no es amado, quién ama en silencio en cambio, se enmudece de tanto callar, y se quema en la duda por saber si es amado o no, vive en la incertidumbre y agonía de no saber si su amor es correspondido.
Así entonces, dentro de mi concepción de pensamiento, estoy convencido de que vivir es amar, y por ende, quién haya experimentado las formas del amor, podrá presumir que ha vivido, que pese a estar golpeado, de alguna u otra forma ha sido, es y será feliz amando.
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