Imagina que estás en un bar. Puede ser el bar que prefieras. El
de tu barrio, aquél de Barcelona al que vas a tomarte unas birras mientras la
música rock araña tus oídos… Podría ser un bar de la Costa Brava. Sí, quizá es
uno de aquellos bares que están a reventar de guiris –perdón, turistas-. De pronto, ves a una preciosa rubia que, desde el extremo opuesto del
local, te mira intensamente. Debe de
ser alemana u holandesa, incluso noruega. Rápidamente terminas la caña y pides
otra. Como debes de haber imaginado, eres un tío. Un tío moreno y alto con
barba –y quizá tatuajes o una dilatación-. Tus ojos oscuros llevan encandilando
a las guiris –perdón, turistas- desde los tempranos e influenciables quince. Tu
edad es imprecisa ahora. Deben de haber transcurrido los suficientes años como
para que sepas distinguir el tipo de miradas que te lanzan esas preciosas
rubias.
Comienza un proceso complicado. Existe entre tú y ella un obstáculo
insalvable. EL IDIOMA. El maldito
idioma. ¿Cómo se supone que vas a comunicarte con esa despampanante mujer sin
poder articular una palabra en su lengua? ¿O en su segunda lengua? –SÍ, esa
lengua que te volvía loco en el instituto. Esa lengua a la que odiabas por
tener una profesora absolutamente incompetente. Esa lengua que se supone que
todos los europeos deberíamos hablar, pero que en el sur no sobrepasa el uso
del temido “PRESENT SIMPLE”. Sí, el INGLÉS-.
¿Cómo superar tan clara y definida barrera? Mis amigos lo tenían muy claro.
Me usaban de comodín, puente y Google Translator. De hecho, os asombraría la utilidad de salir con una amiga que
chapurrea el inglés. Pero la respuesta no está aquí.
Deberíamos retroceder en el tiempo, concretamente hasta las primeras
formulaciones de la teoría de la comunicación
–nos podríamos remontar hasta Platón-; pero en éste nuestro común caso nos
referiremos a esa aburridísima clase de Lengua Castellana –porque en Catalunya
no la llamamos Español-. Todos recordamos a esos encantadores profesores que
nos hicieron leer a Poe sin ni siquiera saber qué era el Romanticismo ni la Muerte
Prematura. Bien, volvemos a nuestros tiempos locos de la ESO y el Messenger.
Emisor y receptor. Mensaje y canal. Ruido. Transmisión de palabras, gestos,
miradas. Situación y contexto de la comunicación: pragmática. Debemos reconocer que pocos entendimos eso. Nuestros
profes eran brillantes, quizá enrollados, pero no nos supieron enseñar a
comprender el fenómeno más básico y divinamente endemoniado que constantemente
usa –y malogra- el género humano.
No es todo tan desesperadamente complicado. La sencillez de la comunicación a veces me asombra. Si no os parece un
hecho simple, os animo a salir de fiesta. Contemplad la facilidad de estas
guiris –ups, turistas- de emborracharse e irse a casa con el primero que les
ofrece un free shot –y no quiero que
penséis mal, me refiero a un chupito-. Mensaje correspondiente a mirada. Canal
visual. Receptora: rubia tostadita por el sol. Sí, el emisor eres tú, cerveza
en mano. Situación ruidosa, extremadamente dolorosa audición de los singles de
Pitbull. Y, obviamente, contexto final: la cama.
A eso se le llama gramática universal y no a la de Chomsky. ¡Chúpate esa
Fromkin! Gol.
Escrito por: Sara Arenas
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