Soy una posesión. Hasta aquí no estribaría ningún tipo de problema si no fuera por la obvia evidencia de que soy una posesión dotada de conciencia. Claro está, el que tenga conciencia no significa que no sea una cosa o que no se me pueda considerar como tal y, de hecho, esto es lo que ocurre, que soy objeto de posesión y no sujeto de.
Es lo más normal que en el devenir discursivo el planteamiento se enfocara
hacia una temática más tocante al deseo del ente dotado de conciencia de ser
tratado como un objeto. Hablaríamos, pues, de si esto implica una denostación
fruto de la misma conciencia hacia ella misma, así como de lo sugerente que
resulta la anterior premisa y los motivos que pueden llevar al sujeto a desear
ser un mero objeto. Pero no. Este texto no va de lo comentado. No va sobre la
contradicción en la que nos vemos sumidos cuando queremos ser considerados
sujetos y, a la vez, ser utilizados como objetos. Este texto trata de como el
sujeto es, independientemente de su voluntad, receptáculo y espejo de la
voluntad de la figura del otro; de cómo no es un medio, es decir, objeto, para
llegar a un fin; así como tampoco un fin en sí mismo, es decir, sujeto.
Dicho de manera más simple, de cómo el sujeto se ve preso, no de una
cosificación, sino de una idealización. Puede resultar confuso para aquel que
lea esto que me considere, tal como ya hemos dicho, objeto de posesión y, a la
vez, afirmemos que no somos un objeto. Para resolver esto debemos diferenciar
ambas cosas y entender que es por incapacidad, probablemente mía y no del
lenguaje, que se entrecrucen ambos significados. Cuando digo que somos objeto
de deseo me refiero a que somos deseados a secas; los objetos y los sujetos
pueden ser deseados, yo hablaré del ideal deseado que se ve reflejado en el
sujeto y que, paradójicamente, le quita a la categoría de sujeto, pese a
manifestarse en él, el estatus de sujeto. Cuando digo que no somos objeto, ya
que estamos en esta primera etapa aclarativa, me refiero a que no somos
considerados por algún otro como medio a través del cual llegar a algo.
Siguiendo la línea, creo que es obvio que el ser idealizados no nos hace,
entendiéndonos como sujetos en el pleno sentido de la palabra, fin en sí
mismos, ni tampoco nos hace objetos, porque no nos utilizan para llegar a ningún
fin. Diríamos, tirando a lo simple, que hemos sido tomados presos y que han
introducido un fin exterior, buscado por algún otro, en nosotros.
Como si nos hubieran quitado un rasgo distintivo y, en su lugar, hubieran
puesto otro; de tal modo que el fin que podríamos considerar nuestro es
eliminado, ya que no es reconocido por la otra persona que ha puesto, por
cuenta propia, su fin. Sé que puede resultar complicado. Quizás explicar un
poco qué es ‘el fin’ ayude a aclarar las cosas. Cuando digo que somos un fin me
refiero a que nosotros somos. El que seamos algo significa que tenemos unas
características personales que nos dotan de una identidad. Cuando digo que
nuestro fin es eliminado por un fin exterior fruto, a su vez, de una
idealización por parte de una persona exterior me refiero a, básica y
llanamente, que nuestra identidad ha zozobrado, nuestro fin ha desaparecido,
nosotros hemos desaparecido. Quisiera pensar que vivimos en un mundo donde lo
que somos se manifiesta plenamente, pero tal cosa no es así. Nosotros no somos
sino lo que pensamos de nosotros mismos y lo que el resto cree de nuestra
persona. En tal caso, se pudiera considerar que la idealización es, amén de lo
que se intuye ya por lo anteriormente dicho, una denostación total de lo que el
sujeto dado ante nosotros piensa de sí mismo a favor de aquello que creemos de
una esa misma persona y, llevado a un extremo, ni si quiera de lo que pensamos
de ella en realidad, sino de lo que queremos pensar de ella.
Todo este amasijo de problemática no
evidencia sino una cosa, a saber, que soy una posesión. Y lo soy porque estoy
idealizado y en tanto que idealización de alguien, pertenezco a ese alguien,
porque para bien o para mal, quién sabe a dónde nos lleve el ser frascos de una
identidad desconocida, he sido creado por esa persona. ¿Quiero decir con esto
que si me idealizan dejo de ser yo mismo? Supongo que sí y no. Al fin y al
cabo, no dejamos de adaptarnos a aquella idea que los demás tienen de nosotros
mientras intentamos mantener una coherencia con cómo somos.
Las preguntas relevantes que se me plantean son si nos fallamos a nosotros
mismos al consentir en ser idealizados y si fallamos a los demás en
idealizarlos. Si el objeto de nuestro deseo, cariño o amor es aquello que
proyectamos hacia una persona o si es, en realidad, la persona misma lo que
queremos. Son preguntas cuyas respuestas resultan bastante significativas y
que, desgraciadamente, no serán hoy resueltas; al fin y al cabo, que sabrá una
simple posesión.
Escrito por: Stanley La Sandía
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